-Tengo que salir de aquí-. Desde hacía tres meses, ese era mi único pensamiento.
Nerviosa, empecé a meter en una bolsa mis pertenencias más importantes, intentando no hacer ruido, aunque sabía de sobra que nadie me iba a escuchar, pero más vale prevenir que curar. Sobre todo cuando estás maquinando un plan de fuga improvisado.
Ya llevaba un mes y medio escuchando ruidos, y tenía claro que no era el viento, la lluvia o el granizo, porque ni llovía, ni había viento y en verano no suele granizar.
Cuando terminé de recoger mis cosas, abrí la ventana muy decidida.
-Tercer piso… Me cago en todo, ¿cómo salto esto sin partirme la cabeza?-. Pensé en voz alta.
En ese mismo momento, sentí que algo se movía. Miré hacia atrás, con miedo de encontrarme algo indeseado en mi habitación. Nada. Vacía. Ni un alma…
¿Qué estaba pasando allí?
Hollow Valley era un pequeño pueblo, con apenas unos quinientos habitantes. ¿Porqué leches tenía que haber ruidos raros si ni siquiera tenía un videoclub?
Sin pensármelo dos veces, salté por la ventana. Me hice daño en el tobillo al caer, pero el césped amortiguó un poco la caída.
Miré hacia atrás. La casa de mis tíos era grande, oscura y vieja. Estaba hecha de piedra negra, con una gran escalera que subía hasta el porche. Tenía cuatro pisos: la azotea, el sótano y los otros dos eran donde la gente “normal” tenía su vida “normal”, si esque acaso se puede tener vida normal en esa casa que parecía hecha a medida de la familia Addams.
La veleta con forma de gato que había en el techo giró, a pesar de que no había viento ninguno. Me asusté muchísimo, así que dejé de mirar la casa y comencé a andar a paso ligero por el gran jardín. Violetas, lirios, pensamientos, margaritas… hay toda clase de flores, pero mis tíos preferían decorar su jardín con grandes matorrales de rosas negras, blancas y rojas. El centro del jardín lo ocupaba una gran fuente sin agua, pero llena de pétalos y de las hojas de los árboles que el viento arranca.
Llegué hacia la gran verja negra que delimitaba la gran casa de mis tíos con el resto del pueblo.
Hollow Valley se encontraba, como su nombre dice, en un profundo valle, y la casa de mis tíos estaba a las afueras de este pequeño pueblo.
Vivía allí desde hacía ya dos meses. Mi padre era arqueólogo y viajaba demasiado como para poder ocuparse de mi, y mi madre murió a principios de año.
Mi padre pensó en dejar su trabajo para poder cuidarme, pero yo le dije que no se preocupara, que viviría con mis tíos, que Hollow Valley me gustaba mucho, que ya lo conocía por las numerosas vacaciones que había pasado allí, que trabajara tranquilo y que se cuidara.
Todo eso lo dije yo. Salió de mi boca. Realmente me gustaba este pueblo. Pero fue antes de que empezaran los sucesos extraños.
Ruidos por la noche. Eso fue lo primero que sentí. Golpes, arañazos, crujidos.
Lo siguiente fueron los pasos. Oía pasos sobre mí durante toda la noche, y no era normal, puesto que mi habitación se encontraba en la azotea y lo que había más arriba era el techo. ¿Quién iba a pasearse durante una noche entera por un tejado que está tan viejo?
Luego fueron las miradas. Sentía como si me miraran. Es más, estaba segura de que un par de ojos me observaban desde la esquina de mi habitación. La azotea era bien grande y oscura, y la luz de luna que entraba por la ventana no llegaba a iluminar las esquinas.
Y, para colmo, voces. No sabía que decían, y tampoco me interesaba ni me resultaba agradable, pero las oía desde hacía dos días, y ya no podía más.
Por eso decidí escaparme. Una noche la voz había sonado demasiado cerca. No me había enterado de lo que decía, pero igualmente decidí escaparme para no tener que preocuparme de lo que decía nunca más.
Mientras intentaba abrir la verja negra, oí pasos en el césped. Miré hacia atrás. Nada, de nuevo. Sólo la gran casa, que estaba iluminada por la luz de la luna.
Volví a mi tarea de abrir la vieja cerradura, cuando lo oí.
Era la voz de un chico, probablemente adolescente, de unos 17 años.
-No puedes huir.
Era una amenaza.
No conseguí juntar el suficiente coraje como para mirar de nuevo, así que sólo pregunté:
-¿Qué quieres?
Pero nadie contestó.
