domingo, 1 de agosto de 2010

Capítulo 1.


-Emeline…
Me di la vuelta en la cama, tenía demasiado sueño como para asustarme.
-Emeline…
Me puse la almohada sobre la cabeza. ¿Es que acaso tenían el hobby de no dejarme dormir?
Puñeteros sucesos paranormales…
-Ññhh… Vete, fantasmiko.
-¡Emeline! ¿Eres imbécil? ¡Llevo un cuarto de hora llamándote!
Abrí los ojos, muy a mi pesar, y me encontré a mi primo Thomas con una cara de cabreo…
-Buenos díaaaaaaaaaas, Tommyyyyy ~.
-¡Qué Tommy ni que hostias! ¡¿Eres humana o un híbrido de marmota y oso?!
-Marmota y ornitorrinco-. Le respondí, bostezando.
-Vamos, que eres gilipollas-. Dijo, moviendo la mano como si no le importara.
-Y tú eres imbécil.
-Sí, salgo a mi prima.
-Eres mayor que yo…
-¿Te das por aludida?
-Me vas a comer todo el… ¡JODER, LAS DOS MENOS CUARTO!
-Te lo he dicho, que era muy tarde…- Dijo Thomas, con una sonrisa burlona-. Siempre te quedas dormida. Habíamos quedado con Brokelle y con Olive.
-¡DDDDDDOSDIFJOAKSD, ES VERDAD!
-Tranquila, les he dicho que mejor a las dos y media. Pero ya estás yendo a desayunar y a vestirte, vaga.
-Hagamos una cosa. Vete tú ahora y yo voy dentro de un rato-. Dije, planeando una estrategia infalible para vestirme tranquilamente.
Mi primo tiene un año más que yo, pero como hay menos dos chicos de su edad en el pueblo (digo menos dos porque los dos que hay son gilipollas) sale con nosotras.
Brokelle y Olive son mis mejores amigas, aunque son totalmente diferentes. Brokelle es descarada, bromista, divertida… Y Olive es tímida, buena, callada…
Pero en fin, se llevan bien…
-Está bien, te esperamos en la plaza. En cuantito termines te quiero ver allí.
-Siiiii, que siiiiiiiiiii… Ale, ale, déjame vestirme tranquilita, ¿vale?-. Le dije a Thomas, empujándole hacia la puerta.
En cuanto mi primo salió, corrí hacia la cocina a desayunar algo. Estaba abriendo la despensa para coger un vaso cuando un ruido me hizo perder la concentración, tirando el vaso al suelo.
Suspirando, fui a coger la escoba, cuando el ruido sonó de nuevo.
Cogí aire, como si eso provocara que una fuerza sobrehumana llenara mi cuerpo, y subí las escaleras hasta mi cuarto.
La pequeña ventana que había en mi “cuarto” estaba abierta. Estaba segura de haberla cerrado anoche, y mi primo era tan vago que no era capaz de ir hacia el otro lado de la habitación para abrir la ventana.
Entonces… ¿quién…?
Asustada, me vestí a toda prisa, recogí el vaso y me dirigí a toda prisa hacia la gran verja.
-¡Auch!
-¡Mira por dónde vas!
Miré hacia la persona que había hablado. Era un chico alto, con los ojos claros… ¿azules? No… eran lila… El pelo rubio tan claro que era como blanco. Tendría unos dieciséis años… “Otro pesado que se cree mayor, como mi primo” pensé.
A pesar de que era un pueblo enano y que conocía a todo el mundo, a él no le había visto en mi vida. Era bastante atractivo, y bastante extraño también. Había algo misterioso que le rodeaba. Me miraba con aires de superioridad, como si yo tuviera cinco años y el dos mil ciento cuarenta y tres.
-L-lo siento…
Me ayudó a levantarme, puesto que el choque me había tirado al suelo. Una vez de pie, me di cuenta de que era bastante alto. “Quizás sea mucho mayor…”
-Esto… eres… ¿eres nuevo en el pueblo?
-¿Qué pregunta es esa?-. Me respondió, sorprendido.
-S-siento mi atrevimiento… yo…
-Sí, soy nuevo. Me he mudado aquí por motivos de trabajo.
-¿Trabajo? ¿Cuántos años tienes?
-¿Quieres que te diga también el pin de mi móvil?
Que antipáaaatico.
-No respondas si no quieres, pero tampoco tienes que hablar así a la gente-. Le respondí, perdiendo toda la vergüenza que tenía hacía unos instantes.
El chico suspiró, cansado.
-Tengo diecisiete años-. Respondió. Era un poco más mayor de lo que pensaba-. Me llamo Zero Kiryuu y vengo aquí a ir a la escuela como un chico normal. ¿Contenta?
-Sí… pero… ¿no has dicho que era por trabajo?
-Olvídalo, no lo entenderías.
¿Y SI ERA UN ASESINO?
-D-de acuerdo… Yo soy Emeline Ross, tengo 15 años y vivo en una casa encantada que, para colmo, no es mía ni de mis padres, si no de mis tíos y del subnormal de mi primo-. Sonreí sarcásticamente.
-Eeh… no te había preguntado-. Ese comentario tan “simpático” hizo que me ruborizara de pies a cabeza.
-¡M-ME DA IGUAL, YO TE LO DIGO!-. Le grité, mientras me dirigía hacia la plaza del pueblo.
De repente, sentí  que alguien me observaba. Miré hacia atrás para ver si era Zero, pero no… Él estaba caminando hacia el otro lado. 

viernes, 30 de julio de 2010

Prólogo.




-Tengo que salir de aquí-. Desde hacía tres meses, ese era mi único pensamiento.
Nerviosa, empecé a meter en una bolsa mis pertenencias más importantes, intentando no hacer ruido, aunque sabía de sobra que nadie me iba a escuchar, pero más vale prevenir que curar. Sobre todo cuando estás maquinando un plan de fuga improvisado.
Ya llevaba un mes y medio escuchando ruidos, y tenía claro que no era el viento, la lluvia o el granizo, porque ni llovía, ni había viento y en verano no suele granizar.
Cuando terminé de recoger mis cosas, abrí la ventana muy decidida.
-Tercer piso… Me cago en todo, ¿cómo salto esto sin partirme la cabeza?-. Pensé en voz alta.
En ese mismo momento, sentí que algo se movía. Miré hacia atrás, con miedo de encontrarme algo indeseado en mi habitación. Nada. Vacía. Ni un alma…
¿Qué estaba pasando allí?
Hollow Valley era un pequeño pueblo, con apenas unos quinientos habitantes. ¿Porqué leches tenía que haber ruidos raros si ni siquiera tenía un videoclub?
Sin pensármelo dos veces, salté por la ventana. Me hice daño en el tobillo al caer, pero el césped amortiguó un poco la caída.
Miré hacia atrás. La casa de mis tíos era grande, oscura y vieja. Estaba hecha de piedra negra, con una gran escalera que subía hasta el porche. Tenía cuatro pisos: la azotea, el sótano y los otros dos eran donde la gente “normal” tenía su vida “normal”, si esque acaso se puede tener vida normal en esa casa que parecía hecha a medida de la familia Addams.
La veleta con forma de gato que había en el techo giró, a pesar de que no había viento ninguno. Me asusté muchísimo, así que dejé de mirar la casa y comencé a andar a paso ligero por el gran jardín. Violetas, lirios, pensamientos, margaritas… hay toda clase de flores, pero mis tíos preferían decorar su jardín con grandes matorrales de rosas negras, blancas y rojas. El centro del jardín lo ocupaba una gran fuente sin agua, pero llena de pétalos y de las hojas de los árboles que el viento arranca.
Llegué hacia la gran verja negra que delimitaba la gran casa de mis tíos con el resto del pueblo.
Hollow Valley se encontraba, como su nombre dice, en un profundo valle, y la casa de mis tíos estaba a las afueras de este pequeño pueblo.
Vivía allí desde hacía ya dos meses. Mi padre era arqueólogo y viajaba demasiado como para poder ocuparse de mi, y mi madre murió a principios de año.
Mi padre pensó en dejar su trabajo para poder cuidarme, pero yo le dije que no se preocupara, que viviría con mis tíos, que Hollow Valley me gustaba mucho, que ya lo conocía por las numerosas vacaciones que había pasado allí, que trabajara tranquilo y que se cuidara.
Todo eso lo dije yo. Salió de mi boca. Realmente me gustaba este pueblo. Pero fue antes de que empezaran los sucesos extraños.
Ruidos por la noche. Eso fue lo primero que sentí. Golpes, arañazos, crujidos.
Lo siguiente fueron los pasos. Oía pasos sobre mí durante toda la noche, y no era normal, puesto que mi habitación se encontraba en la azotea y lo que había más arriba era el techo. ¿Quién iba a pasearse durante una noche entera por un tejado que está tan viejo?
Luego fueron las miradas. Sentía como si me miraran. Es más, estaba segura de que un par de ojos me observaban desde la esquina de mi habitación. La azotea era bien grande y oscura, y la luz de luna que entraba por la ventana no llegaba a iluminar las esquinas.
Y, para colmo, voces. No sabía que decían, y tampoco me interesaba ni me resultaba agradable, pero las oía desde hacía dos días, y ya no podía más.
Por eso decidí escaparme. Una noche la voz había sonado demasiado cerca. No me había enterado de lo que decía, pero igualmente decidí escaparme para no tener que preocuparme de lo que decía nunca más.
Mientras intentaba abrir la verja negra, oí pasos en el césped. Miré hacia atrás. Nada, de nuevo. Sólo la gran casa, que estaba iluminada por la luz de la luna.
Volví a mi tarea de abrir la vieja cerradura, cuando lo oí.
Era la voz de un chico, probablemente adolescente, de unos 17 años.
-No puedes huir.
Era una amenaza.
No conseguí juntar el suficiente coraje como para mirar de nuevo, así que sólo pregunté:
-¿Qué quieres?
Pero nadie contestó.